Artículo
de José Rosiñol publicado en Periodista Digital.
Resulta
difícil definir qué sucede en Cataluña, cualquier intento de encontrar patrones
de comportamiento te lleva a cierto reduccionismo, a olvidar grandes piezas de
ese puzle llamado “construcción nacional” o “proceso independentista” (el
Proceso), aunque, ciertamente, podamos centrar dicho proceso en la definitiva
“batalla por la comunicación”, básicamente aquella que trata de inocular el
relato nacionalista en la mentalidad de los catalanes, ya sea gracias a la
monopolización informativa o al adoctrinamiento identitario, nos faltaría saber
dónde se genera un discurso con cuotas de plausibilidad suficiente como para
ser aceptado por gran parte de la población de Cataluña.
Naturalmente,
hablo de las opiniones de prestigio, de aquellas cuyo valor o veracidad va en
función del personaje/s que las emiten, hablo de esa intelectualidad
entusiásticamente orgánica al servicio de la Causa nacionalista,
intelectualidad proyectada a través del denso y costoso aparato de manipulación
mediática cuya utilidad es doble, por un lado dota de autoridad pública a la
figura gracias a un meticuloso juego hagiográfico, y, por otro, propala ciertos
argumentos que sustentan el relato nacionalista, todo ello incardinado en el
“combate” dialéctico/mediático del momento.
Pero
todo ello solo es una parte de un todo superior, de una cosmovisión
profundamente retrograda y anacrónica de la sociedad, si nos detenemos a
observar el fenómeno, vemos cómo todo responde a esquemas positivistas e
historicistas decimonónicos trufado de un aire de relativismo cultural y
posmoderno, dotando de un halo de sacralidad intelectualizada al dogma
nacionalista, sacralidad sustentada en algo casi religioso para su funcionamiento:
la imposible refutación, la imposible falsación, básicamente porque lo
defendido por el nacionalismo es, simplemente, opinión, creencia, y mito romanticista,
nunca de ciencia.
Todo
este gran escenario montado para el espectáculo nacionalista, como decía, nos
retrotrae a los tiempos en los que la Nación comenzó a fagocitar a la ciencia
–especialmente las ciencias humanas-, cuando el poder percibió la potencia de
la política narrada por intelectuales, ese fenómeno comenzó, como no podía ser
de otra manera, por la Historia, historia que pasó a ser historia nacional, una
historia institucionalizada y profundamente ideologizada con el objetivo de
consolidar ese reciente concepto denominado “estado-nación” desde un punto de
vista emocional, apelando al sentimiento de pertenencia, sentimiento casi
siempre compatibilizado con un necesario chivo expiatorio interno o externo al
que acusar de todos los males de la sociedad… ¿les suena este esquema?
Pero,
en Cataluña, esta monopolización e instrumentalización de los profesionales de
la ciencia en pos del proyecto independentista no se detiene en los
historiadores, cualquier ámbito de las ciencias humanas debe estar al servicio
de la Causa (cosa que, paradójicamente, ha revivido la decadente figura del
intelectual como referente social –politizado-), especialmente la economía, la
sociología y las ciencias políticas.
De
los muchos ejemplos que podrían ilustrar lo dicho hasta aquí, me detendré en
dos episodios que bien podrían ser el paradigma sobre el que se construye el
edificio comunicativo nacionalista, el primero es la sorpresa del
periodista/comunicador Jordi Basté cuando el colaborador de La Vanguardia Jordi
Barbeta relativizó la conveniencia de seguir con el argumento de las balanzas
fiscales como método válido para el proceso soberanista (el Món a RAC1 06/03/14
8:00) el breve diálogo versa así:
· Jordi Barbeta: “…los números (en
referencia a las “balanzas fiscales”) puedes hacerlos servir como te dé la
gana…”
· Jordi Basté: “…esto ¿también vale para
Sala i Martín (en referencia al economista de cabecera del
independentismo)?...”
Este
es el objetivo esperado, se da un carácter de Verdad incuestionable a quién
tiene el plácet nacionalista de “experto”, incuestionable para el target de
consumidor político, aquél poco formado en determinadas áreas de conocimiento o
que se conforma con ser un mero receptor de eslóganes, lo sorprendente es su
efectividad, ya que hasta los más obstinados partidarios de la independencia,
como Jordi Basté, parecen haberse convertido en fervorosos “creyentes” de este
tipo de constructos seudo-intelectuales, como mínimo, cuestionables, imagino
que por ello la pregunta y el asombro mostrado por el Sr. Basté.
El
segundo ejemplo es un artículo publicado en La Vanguardia el pasado miércoles
día 5 de marzo por Salvador Cardús, sociólogo que, entre otras perlas, culpaba
“…la corrupción en Cataluña a la “españolización” de las últimas décadas…”, en
el caso de la sociología, el nacionalismo utiliza la perspectiva sociológica
para inventar patrones de comportamientos sociales y generalizaciones con las
que sustentar el relato oficialista, si la labor sociológica pretende ir más
allá de los prejuicios, prenociones y el “sentido común”, en este caso es un
uso inverso, parte de prejuicios, prenociones y dogmas para crear un nuevo
“sentido común”, es un largo proceso de ingeniería social que ha logrado
construir una “path dependence” político-social inclinada a las tesis
nacionalistas.
Pues
bien, en el artículo que he mencionado más arriba el Sr. Cardús expone unas
ideas que, en mi opinión son claves para entender algo de este enquistado
proceso de “construcción nacional”, se parte de una mezcla de victimismo,
suficiencia y superioridad moral respecto a una alteridad concienzudamente construida
titulada como “España”, dice el sociólogo respecto a las peticiones de diálogo
entre las ¿partes?: “…el diálogo sólo es posible si uno es capaz de ponerse en
la piel del otro… no se quieren ni escuchar ni entender las razones de los que
proponen el desafío del ejercicio del derecho a decidir…”.
Aquí
me gustaría hacer una pequeña digresión, respecto a esa petición de empatía
para el diálogo a la que hacía referencia el sociólogo, cabría plantearse que
“ponerse en la piel del otro” no significa –necesariamente- alcanzar
conclusiones positivas o negociales, sino que también podríamos ser conscientes
de las más profundas convicciones del “otro”, como decía Rorty, ¿qué hubiésemos
podido dialogar con un acérrimo partidario del nazismo?, la empatía en contextos
sociales consensuales (de salón, moqueta o mármol y/o con incentivos
suficientes) es efectiva, pero cuando traspasamos los límites de lo moral, de
las fronteras del discurso del consenso, cuando vamos más allá de los
convencionalismos de nuestra cultura, en el ejercicio de intentar entender al
otro podríamos llegar a reconocer únicamente la cara del Terror, de la
diferencia insalvable, del odio visceral. Si un cautivo en un campo de
concentración tratase de ponerse en la piel de un carcelero de las SS ¿qué
encontraría más allá de ser consciente de su propio destino?, ¿y el carcelero
que ha cosificado y deshumanizado al prisionero a qué conclusión –muy poco
buenista- llegaría?
Continuando
con el artículo el Sr. Cardús nos dice que “…hacer la consulta que los
catalanes exigen a sus políticos… eso olvida de dónde arranca todo el proceso.
La petición de diálogo político de Catalunya con España arranca con Pasqual
Maragall y su propuesta de reforma del Estatut…” y “…la petición de diálogo,
después de cuatro años de deliberación humillante, obtuvo otro no en junio del
2010 por parte del Constitucional…”, es sorprendente que sean “catalanes” (yo
soy catalán y no veo la necesidad de hacer esta consulta) quienes “exijan a sus
políticos” seguir adelante con el proceso debido al tan enarbolado agravio de
la sentencia del Alto Tribunal respecto al Estatut de 2006, sin embargo el
referéndum tuvo una exigua participación del 48,85% y unos votos favorables del
73,9%...esto es, a favor de dicho estatuto solo votó el 36,1% del censo
electoral…una cifra muy próxima al apoyo actual al independentismo ¿será una
casualidad?, ¿no será que el verdadero origen sigue siendo, como en 2006, una
minoría hipertrofiada gracias al aparato de manipulación mediática al servicio
de la Causa?
Salvador
Cardús también nos dice que uno de los errores de “Cataluña” ha sido “…relegar
su dignidad nacional dando prioridad a los intereses españoles de los poderes
fácticos catalanes…”, es sorprendente que un científico social enarbole
banderas dogmáticas como la “dignidad nacional”, que se embarre en los fangos
de la irracionalidad identitaria, en la disolución de la individualidad en el
magma de una nación adscriptiva, pero es aún peor que tache de poderes fácticos
a los catalanes que, simplemente, no quieren ni han querido seguir el juego de
los nacionalistas…
Continuando
con ese forzado relato con final y desenlace previamente conocido, el artículo
continúa así: “…en Catalunya nadie podría liderar la renuncia a aquello que
exige un 80% de la población sin hacerse daño…”, ¿el 80% de la población?, ¿a
quién se refiere con eso de “hacerse daño”?, sigue con “…el diálogo político
entre Catalunya y España sólo se podrá reanudar después del ejercicio
democrático a decidir, sea de la forma que sea…”, es decir, confunde diálogo
entre administraciones con diálogo entre una especie de organismos
diferenciados llamados Cataluña y España, diálogo que debería efectuarse solo
después de hacer el referéndum de autodeterminación, esto es, primero hay que
saltarse las leyes, las normas democráticas, hacer un referéndum predestinado y
después del hecho consumado ya veremos qué pasa.
Por
último, el Sr. Cardús afirma que “…no habiendo marcha atrás, lo más racional
sería pensar en escenarios que minimizaran los costes y maximizaran los
beneficios de la secesión…” y esto es algo común a todos los que dicen defender
solo el “derecho a decidir” del “pueblo catalán”, sucede que cuando se desatan
–dialécticamente hablando- siempre acaban verbalizando y constatando el
adjetivo implícito del derecho a decidir (la independencia), esto es, siempre
se refieren a la secesión, a la independencia, a la ruptura, a la separación…
el referéndum solo es una excusa.
"yo soy catalán y no veo la necesidad de hacer esta consulta" dius José Rosiñol. Però ets català-espanyol o català -francès? ...si els espanyols parlen espanyol i els italians italià -cert, no?-, els catalans quina llengua tenim? ....el Suec?
ResponderEliminarEts català, molt bé. Però t'en sens, ho pateixes, ho estimes????????