Societat Civil
Catalana (SCC) se equivocó celebrando un acto el 11 de septiembre. Esta frase
podría ser entendida por los nacionalistas como el inicio de la división en
esta organización. Nada más lejos. No hay ánimo de dividir nada sino de
explicar y avisar sobre la trampa en la que cayó SCC al celebrar el acto de
Tarragona.
El 11 de septiembre
es una fecha en la que pasó algo. Concretamente una derrota militar de las
tropas austriacistas en Barcelona en 1714. Este es el hecho desnudo. Empirismo
puro sin ningún tipo de interpretación. Los hechos nos demuestran que fue la
victoria final del candidato borbónico sobre el Habsburgo, ambos disputándose
el trono de la monarquía española. Los hechos también demuestran que en aquel
conflicto había catalanes en ambos bandos. Cervera, sin ir más lejos, se
mantuvo fiel a Felipe V, tal y como había hecho gran parte de Cataluña antes
del poco conocido “Pacte dels Vigatans”. Esto no es una interpretación, es lo
que pasó realmente. Pero en el siglo XIX se hace popular la versión
nacionalista que ha llegado hasta nuestros días: que aquello fue una guerra de
España contra Cataluña y que, a causa de la derrota, los catalanes perdimos
todas las libertades si bien hablar de libertades en la sociedad de principios
del siglo XVIII con el significado que hoy tiene el término es desconocer
bastante la Historia. No nos engañemos, los actos del 11 de septiembre tienen
como finalidad reivindicar la versión nacionalista –convenientemente cocinada- de
los hechos. Es aquí donde reside, precisamente, el error en la convocatoria de
SCC.
El nacionalismo
catalán se comporta como un hecho religioso. Tiene sus días de guardar y
celebración, su martirologio, su estética, sus profetas y hasta unos rituales.
El 11 de septiembre es uno de esos días. Por tanto, no era posible plantear el acto de SCC como
una celebración laica. Haciendo un símil católico, a todos nos parecería
extraño y hasta ridículo que una asociación de ateos saliese en procesión para
celebrar la Semana Santa. Pues con el 11 de septiembre pasa lo mismo: no es
posible celebrarlo de manera no nacionalista porque está concebido para todo lo
contrario. El sesgo nacionalista de este día está íntimamente ligado a su
naturaleza.
Además, tampoco hemos
de engañarnos: la V concentró a más gente que el acto de Tarragona. Esto es una
realidad porque, además de contar con una difusión preferencial –por no decir
única- en la mayoría de los medios de comunicación catalanes, ellos están más
movilizados. Evidentemente, el acto de Tarragona no se planteó como un acto de
grandes masas. Y tampoco la cantidad de gente que apoya una idea nos dice nada
sobre la veracidad o corrección de la misma. Pero esto lo sabemos nosotros y no
esa parte de la sociedad, aún indecisa, a la que hay que convencer y que suele
comer por la vista. El nacionalismo ha mostrado siempre las diferencias
cuantitativas como un éxito. No les demos esa satisfacción. No nos lo podemos
permitir aunque sepamos que es propaganda vacía.
Por tanto, organizando
SCC un acto y/o considerando ese día como uno singular aceptó parte de la
cosmovisión nacionalista. Y lo que es aún peor, la parte nuclear de la misma.
La que apoya el relato de su proceso. No se trata, por supuesto, de mala fe por
parte de los organizadores. Es más bien, en mi opinión, algo que obedece a la
inercia cultural que en mayor o menor medida todos llevamos. Pero aún así, no
es excusable. El acto fue un error. Y para colmo, este error será usado en
nuestra contra.
Sin ir más lejos,
hace unos días me encontraba en la terraza de un bar y se sentaron en la mesa
de al lado tres independentistas muy autocomplacientes que estuvieron
comparando la V con el acto de SCC y alguna que otra manifestación
“millonaria”. Para ello se sirvieron de los típicos “memes” que hoy en día se
han hecho tan populares y, entre otras perlas, soltaron que la bandera mostrada
en Tarragona ocupaba mucho y que allí hubo más voluntarios que asistentes. Cabe
mencionar que hicieron uso de unos flamantes móviles de última generación, cosa
rara en una gente que se considera explotada y oprimida por España. Cosa rara,
digo, que siendo así cuenten con semejantes lujos. Pero esto es harina de otro
costal. Es cierto que estos tres personajes no tenían ni idea de órdenes de magnitud
pues en sus cabezas cabía que se pueden poner 9 personas por metro cuadrado, si
atendemos a los datos de la ANC pero la cuestión es que compararon y creyeron
que ganaron, hinchándose su ego, porque sólo se fijaron en el tamaño y no en
las razones. Esto era inevitable y el acto de SCC no ayudó porque se les
concedió gratuitamente un elemento comparativo. Es cierto que estos tres individuos
difícilmente serán convencidos por nuestros argumentos. Además, la cosa fue
bastante más patética porque se consideraban protagonistas del acto cuando
todos sabemos que simplemente se han dejado llevar por el mainstream orquestado por las instituciones públicas tomadas por el
nacionalismo. Pero esto lo sabemos nosotros y no ellos. Y si seguimos perdiendo
jugando según sus reglas será muy difícil ya no cambiar la opinión de esta
gente sino acercarnos a los indecisos, que son los realmente importantes.
Si queremos
convencer debemos atraer el juego a nuestro terreno y abandonar el campo
contrario. Proponer y erigir una Cataluña nueva. ¿Existe alternativa? Claro que
sí. Un sí rotundo: se llama San Jorge. San Jorge es el día del libro, de la
cultura. De la cultura entendida como elemento liberador y aglutinador y no
como algo diferenciador y excluyente. Es el día de la palabra impresa que
constituye, a mi entender, un avance capital en la Humanidad sino el principal
y más importante. Y también es el Patrón de Cataluña. Es cierto que puede
considerarse una fiesta religiosa pero las raíces cristianas de Cataluña son
innegables. Y, habida cuenta de lo variado de las actividades, creo que
satisface sin problemas a personas religiosas y no religiosas. Además, se
celebra en primavera, esa estación en la
que estallan las flores, el tiempo nos invita a despojarnos de los ropajes
invernales y a recorrer el mundo y los días, progresivamente más largos, se
visten con una luz mediterránea propia de un cuadro de Sorolla. Sin duda, por
significado, actividades y calendario es mejor que ese día triste de septiembre
que nos anuncia el final del verano y el inicio del otoño, prolegómeno lúgubre
de la inexorable muerte que es el invierno. Solo por la estación ya merecería
la pena cambiar un día funerario como es el 11 de septiembre por una jornada
que despierta las ansias de cultura, vida y paz. Siempre es mejor ensalzar la
vitalidad que no los mártires de la patria. Este país ha tenido demasiadas
muertes como para seguir con estas exequias anuales que solo dividen a la
sociedad. ¡Viva la primavera!
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