La doctrina política del nacionalismo confirma una serie de
elementos constitutivos de la Nación tales como la lengua, la cultura y la
historia comunes, a los que habría que añadir la “voluntad de ser” de los
ciudadanos, en el marco de lo que en el Siglo XIX se denominó los
Estados-Nación, unos territorios claramente diferenciados de otros por los
citados elementos constitutivos. Así, el Estado vendría a ser la culminación, la
aspiración última del nacionalismo.
La verificación de poseer una lengua, cultura e historia
comunes a menudo puede ser ambigua o
sujeta a variadas interpretaciones historiográficas y lingüísticas. Es por ello
que el nacionalismo siempre ha reforzado las ideas de unión y cohesión entre
los ciudadanos en torno a esos elementos “diferenciales” y diferenciadores de
lo ajeno y a la potenciación del concepto de “voluntad de ser Nación”. Ejemplo
de ello en Cataluña fueron las masivas campañas propagandísticas lanzadas por
los sucesivos gobiernos Pujol desde los años 80, tales como “Som 6 milions” o
“Depèn de vostè” o la más reciente “Dóna corda al català”. Muy conocida también
fue la hábil y deshonesta maniobra de
Jordi Pujol en el caso Banca Catalana, al confundir deliberadamente la causa
judicial contra él con una causa general contra Cataluña, con el resultado que
todos conocemos.
Asimismo, desde sus inicios ha sido propio del nacionalismo
catalán la creación de una jerga característica, machaconamente repetida por
los medios controlados por el Govern o masivamente difundida a través de
campañas publicitarias, a fin de instalar en la sociedad civil una manera de
hablar y hasta de pensar, siempre resaltando lo autóctono y en contra del
enemigo imaginario, España. Recuerden las conocidas palabras y frases “cohesió”,
"És català qui viu i treballa a Catalunya i vol ser-ho” “fet diferencial” o
las actuales de “Espanya ens roba”, “expoli” o “dret a decidir”.
A los anteriores propósitos coadyuvó de manera decisiva la Llei
7/1983, de 18 d'abril, de normalització lingüística a Catalunya, votada, dicho
sea de paso, por unanimidad en el Parlament, norma que instauraba ya desde su
preámbulo conceptos tales como “llengua propia i oficial” refiriéndose al
catalán, “llengua oficial” a secas (o sea, no propia) refiriéndose al
castellano, “la normalització, un dret i un deure”, y cuyo objetivo era la
extensión total del uso del catalán entre la población, extensión que,
comenzando por la escuela y las distintas Administraciones Públicas, se ha
llegado a aplicar de forma expeditiva y hasta coercitiva (multas por no rotular
en catalán). La discriminación positiva que dicha Ley otorgaba al catalán en
detrimento del castellano (que en un primer momento se podía entender dada la
marginación sufrida en la etapa franquista), fue objeto de numerosos
desarrollos normativos hasta culminar en la Llei 1/1998, de 7 de enero, de
Política Lingüística, en donde ya sin ambages se definía al catalán como
“instrument de cohesió social” y que sirvió de vía legal para la accesión de la
lengua catalana a determinados ámbitos privados tales como los medios de
comunicación, el mundo socio-económico, la documentación en masa, la industria
cinematográfica y editorial… Ya entonces se había llegado demasiado lejos.
Tales cuerpos legislativos y su desarrollo normativo fueron
la base, entre otras muchas acciones, para la regulación del uso del catalán en
los patios de las escuelas, el impedimento de la elección por parte de los
padres de la lengua castellana (en un territorio español) como vehicular en la
enseñanza primaria de sus hijos, y las ya expresadas sanciones a comercios y
empresas por no rotular en catalán.
Además de lo expresado, que por obvio resulta innegable, en
la actualidad existe otra sanción cada vez más extendida en el ámbito
nacionalista de la sociedad civil catalana, en este caso no pecuniaria sino
social, mucho más sibilina, consistente en hacer el vacío o boicotear a todo
aquel disidente de la doctrina oficial separatista hasta obligarle a callar o a
“exiliarse” allende las “fronteras” catalanas o a ser visto y tratado como un
paria.
Las anteriores acciones propagandísticas o normas
legislativas, consecuencia de una estrategia perfectamente diseñada por el
nacionalismo de finales de los años 70, han creado un ambiente propicio para la
marginación de todo lo “español” en Cataluña (un caso paradigmático lo
encontramos en la prohibición de la Fiesta de los toros sin que tal interdicción
se haya extendido a los Correbous), para la exaltación del “pensamiento único” difundido
a través de las mismas por un nacionalismo cada vez más indisimuladamente identitario,
excluyente y atentatorio contra la libertad individual, cuyo final de ruta es y
siempre fue la secesión de Cataluña de España.
En todos estos años, concretamente desde 1980, año en que
Pujol ganó por primera vez las elecciones hasta la actualidad, los gobiernos
españoles han ido cediendo cada vez más espacio al nacionalismo al mismo tiempo
que el Estado iba “desapareciendo” sin cesar de Cataluña. Particularmente
reseñable es el poder adquirido por CiU y por el separatismo catalán en los años
90 como consecuencia de los sucesivas mayorías simples de PSOE y PP, lo que
llamaba Pujol con atroz cinismo algo así como “contribución leal a la
gobernabilidad del Estado”, poder que utilizó única y exclusivamente para sus
fines “nacionales”; y también entre los años 2004-2011, de gobiernos del PSOE,
periodo de aprobación de un nuevo Estatut, a posteriori declarado, en parte,
inconstitucional, y del advenimiento de ERC como partido de gobierno (el
funesto tripartito) y actual co-promotor de la deriva secesionista.
Y ahora, como cénit de este estado de cosas, nos encontramos
con la paradoja de un Gobierno del PP con mayoría absoluta que ha hecho de la
callada y la inacción sus pautas de conducta, ab initio y ab integro, respecto de lo que sucede en Cataluña.
Al principio de este artículo escribía que a los elementos
constitutivos de la Nación, la lengua, la cultura y la historia, había que
añadirle para su efectividad la “voluntad de ser Nación”. Este requisito se
proponen cumplimentarlo los secesionistas a través de un referéndum en Cataluña
y sólo en Cataluña para separar Cataluña de España y sin que el resto de España
tenga nada que decir.
En estos términos, ya por sentido común, la consulta es un
disparate, además de no encontrar cobijo legislativo en nuestra Constitución de
1978. Para conseguir tal objetivo, se valen una vez más de una potentísima
campaña propagandística orquestada y ejecutada por los medios de comunicación
públicos, los privados afines, los partidos políticos oportunistas, y las asociaciones
organizadas y subvencionadas por el Govern, tales como la ANC o Omnium
Cultural, en torno al eslogan “dret a decidir”, cuyo argumento total es “votar
es democrático”, sin apelación ni respeto alguno a la Ley vigente.
Conviene recordar que cualquiera que sea la organización
política del Estado (federal como USA o Alemania, centralizada como Francia o
autonómica como España, por citar algunos ejemplos) debe servir
prioritariamente a los intereses del ciudadano, aparcando como secundarias
otras cuestiones, digamos, de índole nacionalista o diversa. Este criterio de
universal aceptación y sentido común a menudo no se ha tenido en cuenta en
España ni por parte del Estado ni por parte de las Comunidades Autónomas. Así,
la creación de una Policía autonómica en Cataluña o en el País Vasco no obedeció
a criterios de eficacia sino de identidad “nacional”; la instauración del
catalán como lengua vehicular en la enseñanza tampoco atendió al principio de
servicio al ciudadano sino a la llamada “construcción nacional”; o, en fin, la traspasada
competencia autonómica en materia de incendios tampoco respondió a pautas de
eficacia sino a un erróneo y avaro reparto competencial (en nuestra memoria
colectiva queda grabado el triste incendio de Guadalajara de 2005 con un saldo
de 11 fallecidos en que se hizo patente una pésima coordinación entre los
servicios contraincendios de las autonomías de Madrid y Castilla-La Mancha).
Desde el punto de vista del Estado, tampoco se comprende en términos de
efectividad y de servicio el gran atraso de las inversiones en Cercanías de
Renfe en Cataluña o en los accesos ferroviarios al Puerto de Barcelona, o en el
nulo apoyo del Gobierno central al Eje Mediterráneo, afortunadamente impulsado
al fin por la UE. No parece tampoco que el (decimonónico) criterio radial en
las comunicaciones terrestres en España, cuyo omnipresente centro es Madrid, sea
el más apropiado a fin de servir a las personas y empresas españolas.
En definitiva, hemos asistido en demasiadas ocasiones a
disputas estériles e inacabables entre
la Administración Central y las autonomías que han provocado, por un lado, un
mal servicio o sencillamente una carencia de este, y, por otro, la desconfianza
entre Administraciones y el enfado de los ciudadanos, lo que ha sido hábilmente
utilizado por los separatistas como un arma arrojadiza contra “l’Espanya que
ens roba”.
El anterior relato fáctico, en todo caso enumerativo y no
exhaustivo, ha desembocado en el último paso del Gobierno Mas&Junqueras,
dictar fecha y pregunta para la consulta separatista que, de celebrarse,
arrojaría una división casi al 50% entre los partidarios y contrarios a la
secesión, según todas las encuestas. En efecto, todo este cúmulo de factores y de errores ha
llevado a una acentuada división de la sociedad catalana entre partidarios y
detractores del separatismo, con posiciones ciertamente enrocadas de difícil
conciliación y, en según que aspectos, de imposible rectificación.
Como dijo Sir Fred Hoyle, “las cosas son lo que son porque
fueron como fueron”. Así es. Errores se han cometido por parte de todos y a
ningún sitio conduce lamentarnos.
En este punto, los que somos partidarios de que Cataluña siga
siendo España tenemos la responsabilidad de encontrar un escenario acorde con
ese fin y con la realidad socio-política actual (cediendo y siendo leales por
ambas partes), que sea convincente (ya que no se trata de vencer al adversario
político), que sea posible (pues lo imposible nos llevaría a la melancolía),
que dote de un mejor servicio al ciudadano catalán y del resto de España (fin
último de cualquier política) y que sea perdurable para los próximos cien años
(evitando así las recurrentes tensiones territoriales).
En mi opinión, las características del mismo pasarían por
seis grandes ejes:
En primer lugar, el reconocimiento en sede constitucional
(por tanto, exigiría modificar la Carta Magna) de la singularidad de Cataluña,
aceptando incluso el vocablo nacional para ésta, dentro de la Nación española,
que seguiría siendo, por consiguiente, patria común e indivisible de todos los
españoles (tal como reza el artículo 2 de la Constitución de 1978) y cuya
soberanía nacional residiría en los mismos (artículo 1.2 de la Constitución de
1978).
En segundo lugar, nuevo sistema de financiación implementando
el principio de ordinalidad, al establecer un límite a la solidaridad de
Cataluña con el resto de Comunidades Autónomas. Aceptación de una nueva
redacción del actual artículo 2 in fine de la Constitución de 1978.
En tercer lugar, compromiso de ejecución de todas las
inversiones comprometidas y pendientes del Estado con Cataluña en un plazo determinado,
a determinar.
En cuarto lugar, recuperación por parte del Estado de
aquellas competencias en Educación que proporcionen una coherencia educativa en
todo el territorio español, impidiendo adoctrinamientos nacionalistas.
En quinto lugar, aceptación de la simultaneidad, como mínimo,
del catalán y del castellano (introduciéndose el inglés de forma paulatina)
como lenguas vehiculares en la escuela y como lenguas habituales en las
Administraciones Públicas.
Y en sexto lugar, aprobación de un nuevo Estatut recogiendo
las anteriores disposiciones y medidas.
Bastantes abusos se han cometido ya en nombre de la Patria a
lo largo de la historia. El ciudadano, su libertad y su bienestar, deben ser
los referentes de cualquier política u organización territorial decente y
efectiva. Y atendiendo a este principio
siempre habrá una posibilidad real de concordia.
El desafío es grande y nada va a ser fácil. Pero tenemos la
obligación de entendernos por el bien de todos.
José Miguel Guimaraes
1.-¿CUal es la singularidad de Catañuña?¿Acaso tienen cuatro ojos?¿Tres narices?.España es un PAis de ciudadanos libres e iguales ante la ley y no un puñado de reaccionarios disfrazados de "progres".
ResponderEliminarLo de aceptar lo de "Nación" no se si es porque usted es inocente o no se entera.AL dia siguiente empezarian con el raca,raca,y lo considerarian una victoria.
2.CAtaluña no es la más solidaria,Baleares y MAdri aportan bien.Si se ampliase lo que usted propone a MAdrid y BAleares ¿Qien pondria el dinero?.Un catalan pobre paga lo mismo que uno de Valladalid.Los impuestos lo pagan los ciudadanos,no los territirios.¿Comoce un catalan que tenga que operarse o estudiar en Teruel?:VAle ya de complejos .
3.EL constitucional ya dejo claro que el estado Español no tenia ninguna obligacion ¿POrque insiste?¿De donde piensa sacar el dinero si el estdo esta en quiebra?
4.por más que recupere se quedara corto,pero jamas se ha recuperado nada.
5.¿CUantas sentencias del supremo son necesarias?
Los NAcionalistas ya han ganado.Se cede en todo y ellos en nada.Somos nosotros los que tenemos sentimiento de culpabilidad y haynconseguido que les tratemos de progres cuando en toda Europ el ser "nacionalista" es sinonimo de extrema derecha.