jueves, 24 de julio de 2014

En un País Normal...




“Hay gente que asegura recordar vidas pasadas; yo afirmo que recuerdo un presente diferente, muy diferente.”

Philip K. Dick (1928 -1982)

¿Recordáis cuando el movimiento independentista catalán inspiró a las más brillantes mentes de nuestra sociedad para analizar tan importantes cuestiones como la naturaleza de la democracia, los límites de la misma, las diferencia entre el derecho y la fuerza, la responsabilidad de los agentes de poder en las decisiones colectivas, el futuro de la hipotética Cataluña independiente, sus características y temas tan importantes como la estructura que debería tomar un referéndum de independencia o el asunto de la doble nacionalidad? ¿Os acordáis cuando hasta los que se oponían a la independencia miraban con orgullo el movimiento por haber provocado un debate intelectual de nivel, sabiendo que fuera el que fuera el resultado el país se habría hecho más fuerte y maduro? Yo tampoco, pero haré ver que sí.

Recordemos por un momento ese mundo, que llamaremos “País Normal” porque parece que la expresión está de moda. Un mundo donde el independentismo y el nacionalismo fueron realmente movimientos que sacaron lo mejor de Cataluña y España; o como mínimo no lo peor. ¿Cómo fue en la Cataluña Normal el “proceso”? Los recuerdos son algo borrosos y ni tan siquiera sé cómo acabó el asunto, pero sé que eso no fue lo más importante. No obstante sí me acuerdo de algunas cosas.

Recuerdo como si fuera ayer que cuando en el País Normal se dijo que el nacionalismo lo había intentado todo para conseguir el “encaje” de Cataluña con España, eso era verdad. En ese mundo los políticos e intelectuales nacionalistas habían aprovechado más de treinta años de libertad sin cesuras para publicar toda clase de estudios y análisis sobre cómo se podría trasladar a la realidad jurídica de España las legítimas aspiraciones políticas independentistas que, por entonces, no podían encontrar un cauce legal directo. Más de treinta años con una Constitución sin núcleo normativo ajeno a una posible reforma dan para mucho trabajo, si no práctico como mínimo teórico, y los catalanes pudieron estar orgullosos de que si un día llegaba lo de “hemos topado con el muro” no se les podía echar en cara que no lo habían intentado.

 Evidentemente, en el País Normal a nadie se le ocurrió atribuirse (o decir que lo hará) competencias por la cara, esperar a que te recuerden que eso así no se hace, y entonces clamar al cielo por tal injusticia y que eso es un clavo más al “encaix”. No, todo eso no se hizo, aunque únicamente fuera por la vergüenza intelectual de tener que justificar que, a la vez, deseas seguir en un país sin seguir las normas del mismo y que éste cambie según las tuyas. Los nacionalistas entendían que, al desear su propia nación (o incluso considerar que ya lo eran), no había necesidad alguna para que España cambiara por el meor hecho de pedirlo y para acomodarles, como no la hay para que un francés exija cambios al Reino Unido. Cada cual con sus características, ese era su lema, y si uno deseaba la independencia, se preguntaba a sí mismo si según las normas de España o por el camino de la unilateralidad, pero en cualquier caso nadie era tan narcisista como para ir exigiendo cambios en todo el Estado para contentar a una parte. La sola idea era absurda y habría provocado burlas en todo intelectual nacionalista: “¿Una antigua y poderosa nación como Cataluña dando pataletas como un niño y amenazando con irse dando un portazo si no se le hace caso?  Ridículo”.

En el País Normal no se intentó ir en una mano con el discurso de pedir la negociación y en la otra con la de la unilateralidad soberana; especialmente si ésta última se hace antes que la primera. La gente comprendía que es estrategia notablemente ridícula y estúpida jugar con un “O negocias para darme X o yo mismo haré X” o, peor aún, “Haré X si o sí, pero podemos negociar para que me lo permitas hacer, ¿eh?” Se entendía también que esas exigencias “a la baja”, de asumir que uno es capaz de declararse independiente, y que por lo tanto también de unilateralmente exigir un estatus especial dentro de España para no hacer lo primero, son una rastrera táctica para forzar una compra de “lealtades” en autonomías revoltosas -donde en realidad no hay intención alguna de ser leales-, pues el coste de invocar el monstruo del “Estado que se niega a...” es nulo. Por orgullo nadie intentó tal cosa, y era habitual que los nacionalistas comentaran que, a no ser que uno quisiera dispararse al pie y hacer que Cataluña se dividiera y se partiera (llevándose o no por delante a España, a saber), esa no era una buena estrategia.

 En el País Normal, aunque naturalmente se acepta que los políticos cambien de opinión (más incluso que en nuestro mundo), se pedía cierta coherencia o razonamiento para el cambio. No había problema en que alguien se hiciera independentista, pero mucha gente se habría molestado si un importante político hubiera dicho que una referéndum de independencia dividiría el país, que un año más tarde dijera lo contrario, y (luego) que haría el referéndum Sí o Sí, digan lo que digan en Madrid; finalmente, para decir que los que se oponen a su plan son (ahora) los que están dividiendo el país. Evidentemente un comportamiento así jamás se dio en el País Normal y sinceramente no sé ni por qué lo explico pues es una hipótesis poco plausible y casi de broma.
           
 Es evidente que en ese País Normal todo el mundo entendía que el tema de la independencia no es como preguntar de qué color quieres ponerte hoy la camisa. Era conocimiento común y compartido por todos que el mero hecho de centrar toda la legislatura en el tema, de hablar de ello constantemente, de avisar que se preguntará tal cosa y de insinuar -de forma algo indirecta- que eso comportará resultados, que el mismo naturalmente variaría. A nadie se le habría ocurrido comparar la consulta con una mera encuesta de opinión, pues nadie es tan tonto como para imaginarse un encuestador avisándote de que te preguntará algo, luego pasar dos años haciéndote propaganda a favor de una de las respuestas y, al final, que te diga que únicamente tienes que responder aquello que tú de verdad deseas, y que si te niegas a responder o consideras que el proceso de la encuesta no ha sido correcto es que eres antidemócrata, pues cualquier persona demócrata debe responder a cualquier pregunta que se le formule y asumir que tal respuesta tendrá importantes resultados.

 Recuerdo que en el País Normal el líder de la oposición era el líder de la oposición, no el que vigila que no te salgas del guión mientras te da la mano sonriente, riéndose por dentro al ver que te está guiando hacia el despeñadero. Por una cuestión de lógica semántica, era evidente que si  en ese país el líder del gobierno ha llegado allí abanderando el 'dret a decidir', la oposición sería justamente de los que se oponen a tal derecho o, como mínimo, a su uso actual.

En ese País Normal todo el mundo creyó que, debido a la importancia del tema en juego, es natural que los controles y requisitos para hacer una elección colectiva sobre ello deberían ser estrictos. Por supuesto que habría sido ridículo imaginarse un parlamento con dificultades para el gobierno normal del país declarando la independencia o la soberanía, o que los controles y procedimientos para cambiar el menú de su cafetería fueran quizás más elevados que los necesarios para poner las urnas en la calle.

En ese mundo ideal uno de los temas más hablados sobre el proceso fue la nacionalidad y qué hacer con toda la gente que no aceptará ese nuevo Estado (incluso asumiendo el reconocimiento oficial de la futura Cataluña). Pues al fin y al cabo, a nivel individual,  lo que implica votar una independencia es si se acepta que eso conlleve, como consecuencia ineludible, a la creación de una nueva nacionalidad y, por lo tanto, a que los catalanes se vean obligados a eligir una: si desean seguir siendo catalanes (y por lo tanto no españoles) o extranjeros (y por lo tanto españoles). ¿Qué de la nacionalidad? ¿Qué de los partidos “españolistas” y la representatividad de la democracia ya que éstos se verán seriamente heridos -si no destruidos- tras el día D+1? ¿Qué de una hipotética doble nacionalidad? En País Normal todas esas preguntas fueron tratadas abiertamente en los medios públicos catalanes y formaban parte del discurso social sobre el “proceso” de la misma forma que “déficit fiscal” o “300 años de falta de libertad”. En tal mundo uno podía encontrar gran cantidad de análisis sobre el tema, y por supuesto que el número habría sido mayor que uno y muchos de ellos habrían sido escritos por los propios independentistas.

 En el mundo ideal del País Normal el nacionalismo trató de inmediato el tema de la Unión Europea y jamás se le ocurrió alargarlo durante dos años para llegar a la conclusión de que puede que no nos acepten de inmediato pero que somos demasiado importantes como para que no nos persigan para que volvamos a entrar. El independentismo sabía diferenciar entre deseos y realidad, y aunque naturalmente prefería lo primero, no se olvidaban de lo segundo.

En tal glorioso País Normal propio de una utopía atlantea, Cataluña estaba a rebosar de libros blancos sobre múltiples temas que, quizás (y solo quizás, ¿eh?) son importantes para el futuro de una Cataluña independiente: El tema de la nacionalidad antes dicho, por ejemplo, o las futuras relaciones con España más allá de “seremos buenos vecinos y nos llevaremos incluso mejor porque creo en la magia”; también quizás sobre el estatus del español en la futura Cataluña, etc. Puede que hasta un modelo serio de marco jurídico general para el futuro país. En cualquier caso, la ANC -asumiendo que existiera pues no me acuerdo muy bien- los informes los escribía gente seria y, en caso de que se considerara interesante el tema de las futuras fuerzas armadas catalanas (en sí no es cosa de chiste ni mofa), tal informe lo escribió gente con conocimientos reales sobre eso, no alguien que ha leído demasiadas novelas de Tom Clancy.

El futuro líder del País Normal, quien iba casi con total seguridad a gobernar Cataluña, después de no decir que a los ocho años ya estaba en contra de la Constitución tampoco dijo que si luego de votar que sí y ser independientes se cambia de idea, pues se vota para volver a entrar y ya está. Es más, en la Cataluña Normal no habría sido necesario explicar por qué esa última frase que no ocurrió está tan mal.

En ese País Normal todo el mundo entendió que una decisión de independencia no es una decisión normal, y si además uno asume que el país con deseos de ser Estado tiene “derecho a decidir” eso (sin mayor calificativo), se convierte tal decisión en una decisión con múltiples vidas, sin fecha de caducidad y pocos o ningún control. Al fin y al cabo, mientras el independentismo únicamente pierde hasta que consigue hacer otro referéndum y entonces gana por fin, los contrarios -siguiendo ese modelo- únicamente pueden frenar lo inevitable, hasta que pierdan para siempre pues no podrán convocar ellos un referéndum para “volver a España”. Por todo eso los nacionalistas comprendieron rápidamente el escepticismo y temor de los contrarios al independentismo por el derecho a decidir, que se supone debería dar igualdad de oportunidades a todo el mundo, pero tal cosa es imposible.

En ese mundo ideal pero Normal el nacionalismo entendió que la nación, como cultura, es como ser fuerte: se es o no se es, pero no necesitas un papelucho legal que te lo confirme. Se entendió que la identidad de la cultura catalana y su fuerza vendría de los genios (que suelen ser universales) que tal sociedad produzca o no, y que ninguna constitución, herramientas de Estado o pacto fiscal para la dignidad de la nación jamás han creado una cultura más o menos fuerte. De hecho, recuerdo que se debatió abiertamente entre los propios independentistas si el nacionalismo es necesariamente beneficioso para la expansión, en calidad y cantidad, de la cultura propia, o si puede ser un problema al politizarla y usar la lengua como arma. Muchos se habrían preguntado si reducir la cultura propia a únicamente la de un idioma, politizando la lengua y cultura a un fin concreto, no podría rebajar el nivel de la misma.

En la Cataluña Normal, en el discurso nacionalista no aparecería, a la vez, que “Ni Franco pudo acabar con la cultura catalana”, que “ahora tampoco lo conseguirán” y, finalmente, que el catalán está en peligro, sea por intento de genocidio cultural o algo similar. En cualquier caso, jamás habría sido necesario explicar por qué decir todo eso a la vez está tan mal.

En ese mundo ideal se entendió, por mucho que fastidiara, que España no está obligada -ni por legalidad interna ni externa- a cometer un seppuku político, administrativo y jurídico para suicidarse por el mero hecho de que alguien se lo pida, como en el plano internacional se hubiera recordado repetidas veces si así hubiera sido necesario aunque evidentemente no. Se entendió que incluso usando el (mal) ejemplo del Reino Unido, y aunque pudiera ahora mismo hacer lo que se le pide, no quiere decir que ahora mismo deba hacerlo. En tal universo el nacionalismo entendió que el problema no es votar pues eso es un requisito mínimo, y naturalmente que si se decide tal cosa deberá votarse (¿cómo si no?), pero como dice la misma palabra, es lo mínimo, no necesariamente lo máximo.

En el País Normal se entendió que -para mucha gente- votar no es un requisito suficiente y necesario, a no ser que uno vaya por el ilegal camino de la declaración unilateral, en cuyo caso uno debería asumir la responsabilidad de tal acto y no lanzar la culpa al otro. Se entendió igualmente que el mayor problema es el de exigir (o asumir) la competencia ilimitada y sin fecha de caducidad; que no se puede reducir un tema tan importante a un “yo me lo guiso y yo me como” en el que uno asume lo que le da la gana, crea la pregunta como quiere, la pone el día que quiere y por encima de lo que quiere; menos si antes ni te has molestado a probar -aunque sea para quedar bien- el cauce normal para estas reformas. No es el deseo ni la voluntad lo que se niega, sino la obligación erga omnes de que todo el mundo deba aceptar lo que sea que se decida. Incluso si uno deseaba eso, se sabía que del deseo a la realidad hay un gran abismo.

En el cada vez menos probable País Normal el independentismo entendía la queja, aunque fuera a un nivel casi filosófico, de que es peligroso, si no contradictorio, seguir deseando que los poderes electos y del Estado estén bien delimitados pero que a la vez el Pueblo (el mío, no el tuyo) no; y que tenga poderes omnímodos para decidir lo que sea y como sea. Se entendió rápidamente que, incluso como propaganda, es un peligroso camino a tomar y que además no da realmente poder al pueblo, pues únicamente desplaza el centro de decisión final de los miembros elegidos por votación al agente que decide qué se someterá a referéndum y cómo se preguntará y cuándo. Se entendía igualmente que existe una diferencia entre justificar una decisión por votación mayoritaria, a establecer una nación por votación mayoritaria, pues el demos no se vota, sino que vota a cosas. El demos se asume.

Entre otras cosas, en ese mundo ideal la clase intelectual y política se rió de la idea de crear un  simposio llamado España contra Cataluña, título cuya premisa ya presupone la conclusión, y que ni tan siquiera tendría sentido entre países como Reino Unido y Francia... y estos sí han sido hostiles de verdad durante muco tiempo. Por supuesto que, en cualquier caso, a nadie se le habría ocurrido justificar tal título usando una analogía pseudocientífica, como que el título es una verdad como el cambio climático, pero que luego hay que ver las causas.

En ese mundo ideal, si no equilibrados, los medios de comunicación, tertulias y demás se molestaron en averiguar si lo eran, y pudieron con un poco de ayuda pasar estándares internacionales y de sentido común sobre lo que debe ser un debate público, abierto y con igualdad de oportunidades previo a una votación tan importante. Cuando invitaban a expertos estos eran expertos académicos reconocidos (incluso más allá de Cataluña), que abierta y francamente debatían la historia del nacionalismo, del los movimientos independentistas, de sus problemas, sus implicaciones jurídicas, etc. En esa Cataluña nombres como Miroslav Hroch o Benyamin Neuberger (por decir algunos que yo recuerdo, otro valdrían igual o más) eran conocidos, y en cualquier caso jamás se dio el absurdo de que los intelectuales que comentaran el tema fueran propios de Cataluña y abiertamente nacionalistas. Evidentemente, el organismo encargado de velar por la imparcialidad jamás llegó a considerar que tertulias de 4-5 vs 2-1 y con videomontaje final son plurales.

En ese asombroso País Normal uno podía poner en duda los fundamentos intelectuales del movimiento soberanista (desde “dret a decidir” a otros) sin que te acusaran de “quintacolumnista”, “miembro de la secta del autoodio” o arrojaran dudas sobre si realmente eres catalán al ser neutro en relación al movimiento nacionalista en su forma actual. Tal cosa habría sido ridícula, ¿cómo acusar a alguien de anticatalán por no ser nacionalista? Eso implicaría que, durante toda su historia hasta hace dos años, Cataluña no fue Cataluña y estaba llena de no-catalanes o, incluso, anticatalanes (aunque no habría catalanes contra los que ser anti). ¡Ridículo! Todas las mayores cabezas visibles del nacionalismo mediático y político, desde Rahola a Carod-Rovira, negaron tal posibilidad: “¿Anticatalanes? ¡Absurdo!” Dijeron mientras reían.

 En el País Normal, incluso si tales opiniones surgían de vez en cuando (de todo tiene que haber), no era de la boca de gente importante, en medios públicos y, en cualquier caso, alguno de los tertulianos de al lado se molestaba en poner cara de desagrado en vez de callar, como en el muy hipotético caso  yque jamás ocurrió de que alguien dijera -muy humildemente- que los españoles son chorizos por el hecho de ser españoles.

En tal mundo, cuando TV3 se atrevía a invitar a una pérfido unionista (tampoco seamos ingenuos, todo el mundo tiene sus preferencias), en las redes sociales la gente no exclamaba de forma casi unánime que “¿Cómo se atreven a invitar a ese antidemócrata que no opina lo mismo que yo?” pues entendían que lo que él expone es que los fundamentos del debate son erróneos/mal explicados y que aún hay temas sobre los que no hay consenso ni están ya “cerrados” a todo análisis. La gente entendía que es absurdo echar gente, ya no de la democracia sino casi del mundo civilizado, porque no asuman tus mismas premisas, especialmente cuando hace 5-10 años no las asumía casi nadie. Jamás a nadie se le habría ocurrido decir que aquel que propone una votación fuera de todo reglamento (incluso el propio), si otros consideran que, tal y como proponen tal cosa, no debería (de momento) hacerse, puede -por el mero hecho de haberlo propuesto y otros haberse negado- señalar a sus oponentes como antidemócratas.

En ese mundo ideal la pregunta del 9N... bueno, directamente no era ni concebible. Jamás a nadie se le 
ocurrió crear una pregunta doble que formalizaba la táctica del salami y una especie de gerrymandering mental sobre un posible estado catalán. Ridículo, absurdo, bochornoso, etc. esos habrían sido los calificativos que tal pregunta habría provocado en los tertulianos e intelectuales, y rápidamente el mundo académico catalán habría analizado la pregunta hasta dejarla en los huesos. Por supuesto que jamás habría ocurrido que si uno buscara análisis de la pregunta uno no encontrara nada, o que únicamente un individuo que no conoce nadie fuera quien tuviera que hacer un análisis en su tiempo libre porque se aburre y porque nadie más lo hace. ¡Absurdo!

 En el País Normal de las Maravillas tampoco ocurrió jamás que se planteara cambiar la estructura y forma de la pregunta para recabar más apoyo político. El ridículo habría sido espantoso. ¿Cómo cambiar algo tan serio sin admitir primero que la versión original era deficiente? ¿Y si no lo era, por qué cambiarla? Algo así habría sido evidente para todo el mundo y no habría sido necesario decirlo.

En el País Normal se entendió que, como mínimo, los niños no están decidiendo así que si uno quiere llevarlos a toda manifestación imaginable, educarles en la historia de su oprimida nación y etcétera...  allá tú, eres perfectamente libre, pero ellos no están decidiendo el proyecto, es algo que hacemos en su nombre así que mejor vigilar. El resultado de lo que podría ocurrir se lo comerán ellos, independientemente de lo que opinen luego sobre el tema. Todo el mundo sabía que lo que tenían entre manos era un proyecto de construcción nacional, de modificación de conciencias y de la forma en que se entiende su propia historia. Que puede que una votación sea cosa de un día y al siguiente no ocurra nada, pero lo que se estaba haciendo con los marcos conceptuales con los que los catalanes se entendían a ellos mismos era algo que iba a durar mucho más. Todo eso no son cosas que se puedan votar ni tienen fácil arreglo, así que evidentemente todo el mundo tomó gran cuidado en jugar con ello.

 En tal mundo irreal pero Normal la Generalitat no actuó como si ya hubiera vencido el referéndum y no dijo que ya están construyendo las estructuras de Estado para el mañana de la consulta, sin esperar a saber qué desea la gente. No las construyeron pues habría sido absurdo tener que derruirlas al día siguiente en el caso (improbable con nuestra pregunta del 9N) de no vencer. En ese mundo, cuando se dijo que se desea saber qué quiere la gente para LUEGO actuar en consecuencia, es verdad.

 En ese país imposible, aunque naturalmente uno intentaba vender su propuesta con la mejor luz (incluso algo distorsionada), se entendió que colar la independencia como un tema de racionalismo económico es pasarse. Se comprendió que uno no puede definir la necesidad de la separación porque, ceteris paribus, si nada sale mal y una vez haya pasado la crisis, Cataluña pueda tener más recursos; que en todo caso eso son incentivos, no argumentos de necesidad, a no ser que uno sea incapaz de darse cuenta de que piensa en círculos y que la conclusión a la que llega es la misma premisa de la que parte.

En tal absurdo mundo del País Normal no se usó el extraño argumento de que “yo no voté a la Constitución”, menos aún si por otro lado se iba diciendo que tal texto legal te importa poco y que en nada nos iremos por la puerta grande a base de DUIs. En cualquier caso, se admitía que, aunque es verdad que mucha gente no votó esa Constitución, tampoco los menores actuales por los que se estaba construyendo la independencia la votarán ni podrán volver a decidir jamás sobre el tema.

 No sería necesario decir que en tal ridículo universo no se mintió repetidas veces y de forma descarada con sentencias legales imaginarias (La Haya), sobre límites al déficit fiscal imaginarios, sobre la UE, sobre lecturas de la Constitución que ni sin saber castellano serían posibles (“¡Sí que permite que Cataluña decida! Solo es cuestión de traspasar esto, esto también, ignorar eso y borrar casi todo lo demás”) o sobre la propia historia (Guerra de Sucesión: o cómo hacer pasar catalanes antifranceses por catalanes antiopresión española).

En fin, en ese mundo imaginario, en ese País Normal imposible, que pueda que jamás existiera y que no va a existir jamás pero que por alguna razón yo recuerdo vivamente, tampoco fue necesario hacer un texto como este pues el debate independentista sacó lo mejor de la sociedad catalana a todos sus niveles, e incluso aquellos contrarios a sus objetivos estuvieron orgullosos del nivel del debate. No recuerdo cómo acabó todo, pero tampoco creo que importara mucho. En cualquier caso todo esto que he dicho jamás va a ocurrir aquí pues no vivimos en un País Normal.

Xavier Lastra. 

1 comentario:

  1. El referéndum no se va a celebrar por la sencilla razón de que es contrario a la legislación española. Es tan fácil como eso.

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