Se ha reparado poco en que el pasado día 8 de abril la
proposición de ley orgánica planteada por el Parlamento autonómico para la
delegación a la Generalidad de la competencia para autorizar, convocar y
celebrar un referéndum sobre el futuro político de esta Comunidad fue rechazada
en el Congreso no solamente por una amplia mayoría de diputados (299 en contra
por 47 a favor), sino también por los diputados catalanes en el Congreso. De
los 47 diputados elegidos en las circunscripciones electorales de Barcelona,
Gerona, Lérida y Tarragona, 25 votaron en contra de la proposición de ley y 22
a favor. Creo que es un dato relevante.
Y es relevante porque muestra que plantear el rechazo en el
Congreso de la proposición de ley como un "no" de España a Cataluña
es una tergiversación. El planteamiento secesionista querrá hacer pasar a los
tres diputados del Parlamento autonómico de Cataluña que defendían la
proposición (Turull, Rovira y Herrera) por representantes de Cataluña que se
desplazaban a la "metrópoli" para defender los intereses de su país
frente al opresor español. Es una imagen que el secesionismo ha cultivado desde
hace tiempo y que, por lo que diré después, no me parece que sea en absoluto
casual.
Lo cierto, sin embargo, es que quienes defendieron en el
Congreso la proposición de ley representaban a fuerzas políticas (CiU, ERC e
ICV-EuiA) que en Cataluña, en las últimas elecciones al Congreso de los
diputados, obtuvieron 1.538.107 votos, de los que resultaron 22 escaños. Por el
contrario, las fuerzas políticas opuestas a la proposición de ley en esas
mismas elecciones generales, las celebradas en 2011, obtuvieron en Cataluña
1.636.125 votos y 25 escaños. Es realmente curioso que se pretenda que la
minoría no solamente es mayoría, sino que tiene la legitimidad para hablar en
nombre de Cataluña. Se trata de una manipulación que ha de ser denunciada,
porque no es en absoluto inocuo identificar a Cataluña con los
independentistas, haciendo pasar el rechazo al independentismo como un rechazo
a Cataluña.
Esta identificación profundiza en el victimismo que se ha
convertido en seña de identidad del "proceso". No es tampoco casual
este victimismo. La confusión entre Cataluña y los independentistas hace que
cada ataque a estos sea presentado como un ataque a Cataluña, y que, por tanto,
sea más fácil dibujar un escenario en el que sistemáticamente los intentos de
diálogo de Cataluña son rechazados por la intransigente España. En cierta forma
se recrea la imagen del honesto y riguroso negociador que ningún éxito tiene
pese a sus muchos esfuerzos frente al poderoso arrogante.
El viaje a Madrid de Artur Mas el 20 de septiembre de 2012
para entrevistarse con Rajoy creo que es un buen ejemplo de esta recreación del
victimismo. El Presidente de la Generalidad se desplaza en AVE para dar a
"Madrid" una última oportunidad de diálogo. El viaje, la entrevista y
la vuelta, toda ella seguida por la prensa como si se tratara del viaje de
Chamberlain a Múnich en 1938 y acompañada por un recibimiento
"espontáneo" a Mas en la Plaza de Sant Jaume, parecía rememorar el
histórico regreso de Benjamin Franklin a América tras haber sido vilipendiado
en el Privy Council inglés poco antes del inicio de la Guerra de la
Independencia Americana. La similitud entre la historia de Franklin y lo
pretendido por Artur Mas resulta sorprendente. En 1774 Franklin defendía la
causa de las colonias ante las autoridades británicas; representaba a sus
compatriotas en una justa petición igual que en 2012 Mas pretendía representar
a los catalanes ante el Presidente del Gobierno de España. En 1774 Franklin fue
humillado por las autoridades inglesas y volvió a América ya convencido de que
la única salida era la independencia. Poco después de su regreso estallaba la
revolución americana y en 1776 se firmaba la Declaración de Independencia de
los Estados Unidos. Mas regresó de Madrid transmitiendo la idea de que las
peticiones catalanas habían sido desatendidas, que no había esperanza y debía
iniciarse un nuevo camino, la vía hacia la independencia.
Algunos de los elementos de la representación del día 8
parecían volver a esta idea. Marta Rovira en particular realizó un alegato
sentimental basado en la incomprensión hacia los catalanes y los deseos de
buena vecindad y relación con España que casi resultaba enternecedor. De nuevo
la imagen de Franklin en Londres ante el Consejo Privado vino a mi mente. Marta
Rovira, con sus dificultades para expresarse y lo ingenuo de su saludo desde la
tribuna a los líderes políticos era el antecedente perfecto al esperado
"no" que podría ser vendido una vez más como la intransigencia y
barbarie españolas confrontadas al pactismo catalán; pactismo que, sin embargo
y tal como había sucedido en 1774 con Benjamin Franklin, podía tornarse en
fiera determinación una vez constatada la imposibilidad de llegar a un acuerdo.
No creo, por tanto, que fuera casual que la Sra. Rovira citara desde la tribuna
del Congreso de los Diputados a Thomas Paine, autor americano de la época de la
Guerra de la Independencia Americana. El paralelismo sutil entre Cataluña y
Estados Unidos, España y Gran Bretaña se convierte en explícito con la
referencia a este libro. Al igual que los Estados Unidos entonces, Cataluña
habría llegado al momento en el que el pacto no era posible no por culpa de la
"colonia", sino de la "metrópoli".
El agravio une mucho, y si se consigue que cada catalán
sienta como propio el imaginado desprecio sufrido por sus representantes (Artur
Mas en 2012 o los diputados del Parlamento autonómico que intervinieron el día
8 de abril en el Congreso) se habrá avanzado en la cohesión de ese pueblo
catalán identificado con el independentismo y enfrentado "a los
españoles". El victimismo crea independentistas y, por tanto, en el plan
secesionista sería preciso profundizar en las afrentas que sufren los
representantes del pueblo de Cataluña.
Precisamente por esto es también imprescindible recordar que
los ciudadanos de Cataluña, a diferencia de lo que sucedía con los habitantes
de las Trece Colonias Americanas, sí que tienen representación en el Parlamento
de la "metrópoli", esto es, en el Parlamento español. En este
parlamento se sientan los representantes de los catalanes junto con los del
resto de los españoles y es, por tanto, falaz intentar presentar las decisiones
del mencionado Parlamento como ajenas a Cataluña. El Parlamento británico
carecía de representantes de las Colonias y esa ausencia de representación fue
una de las causas del descontento que acabó en la Guerra de la Independencia.
Cataluña, en cambio, es un territorio cuyos habitantes participan plenamente en
los órganos constitucionales españoles, tal y como muestra la influencia que
han tenido y tienen los diputados elegidos en Cataluña para la configuración de
las mayorías parlamentarias en España, y que va más allá de los apoyos que CiU
ha ido dando a PSOE y PP, sino que incluye también los decisivos diputados
obtenidos por el PP y el PSC en Cataluña, imprescindibles en ocasiones para que
socialistas o populares pudieran formar gobierno. Ahora, unos días después de
la votación del día 8 de abril, es bueno recordarlo e insistir, además, en que
esos diputados en el Congreso también nos representan y que, tal como se comprobó
el martes, se muestran contrarios a las demandas de los independentistas que ni
mucho menos pueden hablar en nombre de todos los catalanes.
Digamos ya con claridad que hay muchos catalanes que no son
independentistas, y que esta afirmación no se basa en encuestas o intuiciones,
sino en el resultado de las votaciones en los órganos que nos representan: el
Parlamento autonómico de Cataluña y, también, el Congreso de los Diputados. Es
una realidad molesta para quienes quieren presentar una Cataluña
monolíticamente independentista sometida a una España cerril; pero qué le vamos
a hacer. Los hechos son los que son, no los que pretende la propaganda.
Artículo publicado en Crónica Global el 15 de abril de 2014
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