lunes, 16 de diciembre de 2013

Los dueños de la tierra


“Tal mercader que huyendo del saqueo. busca lugar donde esconder sus bienes. así quise hacer yo:
salvar lo mío en tiempos de inclemencia.” José Agustín Goytisolo

Partiendo de una idea como la “que lleva a un señor llamado Mas, por el hecho de llamarse “Mas”,
a considerarse más catalán que uno que se llame Pérez, por más que por cada Mas existan decenas
de miles de Pérez” (Félix Ovejero) podríamos preguntarnos, apoyados en los datos de la ponencia
realizada por el Sociólogo Thomas Jeffrey Miley, en la universidad Pompeu Fabra de Barcelona,
que sostenía, entre otras muchas cosas, que según la Generalitat “En Cataluña, el castellano, es la
lengua materna de la mayoría de la población, un 55,0%, el catalán es la lengua materna del 31,6%,
y un 3,8% considera a las dos por igual como su lengua materna, según una encuesta realizada en
2008 por el Gobierno de Cataluña", y anexando los datos de la realidad demográfica los diez
apellidos más comunes en las cuatro provincias Catalanas, que con muy pocas variantes entre sí,
según el instituto nacional de estadística son : García, Martínez, López, Sánchez, Fernández,
Rodríguez, Pérez, González, Gómez, etc. Y si además, tenemos en cuenta que esta composición se
corresponde casi exactamente con la composición demográfica de Madrid, Murcia y Guipúzcoa.
Ahora sí, podríamos preguntarnos: ¿cómo es posible, que en Cataluña, aun con unos datos tan
claros desde el punto de vista demográfico y lingüístico, ese “nosotros” nacionalista, emerja como
una aplastante mayoría simbólica? Quizás porque “no importa que quienes lo hablan sean una
minoría (ya veremos que no es una cuestión de idiomas, el agregado es mío), siempre y cuando sea unaminoría con suficiente peso político” (Eric Hobsbawm).

Así, vivir en Barcelona se ha vuelto desconcertante. Últimamente daría la impresión que la bajo
las actuales condiciones de “inclemencia” política, las personas, poco dispuestas a abordar cualquier
tema relacionado con la tan mentada independencia de Cataluña, asienten con una sonrisa dúctil, y
cambian condescendientes de tema, convirtiendo toda posible conversación, en una charla
descafeinada y sin ningún interés. (“Lenguaje de cortesía”). Sin embargo, para ser justo, también los
hay “convencidos”. Estos, por el contrario, sólo hablan de temas políticos, siempre y cuando no se
ponga en cuestión lo que por “justo derecho” consideran que es lo suyo; “el nostre pais”.
(Dicho sea de paso, son los mismo pedantones al paño que diría el poeta) que aborrecen de
cualquier indicio de cultura que no provenga de la maquinaria “Paraestatal Catalana”, o de los
Simpson, pero este es otro tema.) Daría la impresión que de un tiempo a esta parte, hay una gran
cantidad de ciudadanos que piensan algo muy distinto de lo que se “atreven” a argumentar en
público, en cualquiera de los dos sentidos. ¿Será que estamos todos esperando para ver hacia donde
van las mayorías? ¿Quién sabe...?

Así, el otro día, después de ver a varios chavales de entre ocho y diez años, llevar "samarretes" con
una bandera partida en el pecho, que por un parte representaba la estelada y por la otra la ikurriña,
comencé a intuir -el que busque certezas, abandone este escrito ahora- que el gigantesco mecanismo
que nada entiende de personas o destinos, "ya había elegido a los suyos”. Recuérdese que uno de
los síntomas más claro de que la palabra revolución se había vuelto prácticamente inhabitable, fue,
cuando la famosa imagen de Guevara tomada en el funeral de Camilo Cienfuegos, se convirtió para
siempre, en la estampa de una camiseta. Debo confesar, que después de tan reveladora experiencia,
el tema, por inviable, para mí ya no tenía el menor interés. Sin embargo, como la “cosa” sigue erre
que erre, decidí sumarme para ver si puedo aportar alguna modesta razón -ya se verá, que con más
citas que ideas-, a las muchas que unos pocos han articulado, en clara discrepancia, con un
hipotético proceso de “soberanista”.

Una aparente digresión: para los que hemos nacido con el Peronismo como la única fuerza política
consolidada y mayoritaria del país, la idea de nacionalismo, está y estuvo, intrínsecamente ligada
con la idea de lo popular. Y aunque según la opinión mayoritaria de los tertulianos españoles, todos
los movimientos latinoamericanos son susceptibles de una única caracterización; populistas (que
vendría a ser algo así como un primo lejano y bananero de los verdaderos nacionalismos: “Los
Nuestros”) y sin entrar a divagar ahora por las razones técnicas y más que atendibles que encierra
una defensa, o por lo menos, un justo detenimiento en el término populista (La razón populista.
Ernesto Laclau) cabe aclarar, y esto no es un dato menor, que la base de los populismos
latinoamericanos, a diferencia de lo que ocurre con la del nacionalismo catalán, empíricamente, está
mayoritariamente compuesta por grandes masas populares, lo que para el nacionalismo vernáculo,
sería casi como un oxímoron. Ya que lejos de estar constituido por los sectores más desfavorecidos
de la sociedad, parecería y, que conste que he dicho parecería, estar compuesto por una elite
minoritaria (burguesa), que no sólo ha convencido a los que heredan un tipo específico de apellido
de que ellos son los de verdad (La “Crème fraîche”) sino que por contra parte, ha dejado afuera a
todo aquel que no pertenezca, o mejor dicho, que no encaje, dentro de esa casta étnico lingüística
representada por la certera expresión; “Los catalanes de pura cepa”. Expresión, que
paradójicamente suele ser usada, incluso, por mucha gente bien intencionada y nada sospechosa de
sectarismos.

“Los catalanes de pura cepa”, dícese “de un supuesto derecho del nacido “catalán” fruto de una
larga dinastía consolidada bajo una impermeabilidad que repele cualquier intrusismo de lo foráneo”.
O lo que vendría a ser casi lo mismo “Esta tierra es nuestra, porque “nosotros”, hace mucho que
estamos por aquí”. Un sentido de la propiedad, que dicho sea de paso, y llegado el momento
(esperemos que no) se deberán disputar con los otros nacionalistas, “los españoles”. Porque según
ellos, también tienen sus “razones” para reclamar la propiedad de Cataluña.

¡Ok! Pongamos por caso, que efectivamente existen unos individuos que representan con
mayor fidelidad que otros, los orígenes étnicos de Cataluña. Ahora, me pregunto ¿habrá alguien
con ganas de fundamentar seriamente, que por esa razón, estos últimos, tienen más derechos sobre
el territorio que el resto de los ciudadanos?

Hace algunos días, la periodista Anna Grau, en su artículo “Censura en la micro Cataluña", escribió:
“Era mi entera figura, la de una catalana de pura cepa (negrita, agregado mío), y a la vez española
sin complejos, lo que sacaba de quicio algunos. Lo que había que silenciar con cualquier excusa.”.
Es así como la expresión los “catalanes de pura cepa”, tan integrada en el lenguaje cotidiano de
Cataluña, suele ser usada, como ya he dicho, incluso, como en este caso, por gente bien
intencionada y nada sospechosa de sectarismos, ocultando en su diaria “inocencia”, un horadado
que establece por contraste y sin hacer mucho aspaviento, la incuestionada “realidad”, de que si
existen unos puros (los Maragall, Puyol, Mas. etc.), en consecuencia, también deberán existir unos
impuros (o charnegos)

Por eso, algunos “incautos” (eso sí, “progresistas” que puedan ostentar doble apellido “catalán”)
críticos como son con el nacionalismo, atizan esta frase como el argumento de una supuesta
objeción: “Pero qué me van a venir a decir estos a mí. A mí, que soy tan catalán como ellos”.
Objeción que sin embargo, los devuelve, como a tantos, al mismo sentido de pertenecía, propiedad
y exclusión que suelen reprochar. Un gran triunfo del nacionalismo catalán, en aras de lo que en
algunos aspectos, ya es una repoblación lingüística. Repoblación que por otra parte, no es nueva;
"La distinción entre vecinos naturales y no naturales, siendo unos y otros ciudadanos españoles, es
un principio de incivilidad” le reprochaba Miguel de Unamuno al alcalde de Barcelona (1916).

Es ese mismo principio de incivil descortesía, que desde la Gerenalitat (con, o sin convergentes) se
viene perfilando desde hace más de treinta años, y que establece, mediante el constante manoseo
de las palabras, una determinada realidad. Por ejemplo: sí desde todos los ámbitos de poder, se
determina como una verdad incuestionable, (la prueba del algodón sería TV3) que Cataluña es un
país, por definición, todas las consideraciones posteriores, deberán ser verdaderas. Y aunque ya
escuche el grito de "¡fatxa!", es así, como “de pavada en pavada” y por el impulso de una idea que
contiene otras muchas ideas, se llega hasta la tan sectaria como tristísima conclusión, de que
considerar extranjero a un compatriota, como es el caso de los “inmigrantes españoles”, es algo tan
lícito y como natural. Y esto, para no abundar en la contante demonización del gentilicio.

Una aclaración para “extranjeros”, incluidos los murcianos. Para una “correcta” interpretación
“catalana” de la palabra fatxa (aunque con ciertos matices, también podría ser “española” o
“argentina”), léase: “Dícese de las personas que han optado incomprensiblemente (aquí no hay
razones valgan) por la militancia en un partido de derechas. O bien, que están en desacuerdo con la
forma en que son instrumentadas las políticas lingüísticas. O bien, que expresan alguna posición
crítica frente a cualquier aspecto de los programas nacionalistas (sociales, culturales, económicos,
etc.).”



 “En efecto,- como nos recuerda George Steiner-, toda degradación individual o nacional es anunciada en el acto por una degradación rigurosamente proporcional en el lenguaje” Es así, como montados sobre ésta misma lógica, y de buena fe (dejemos las buenas intenciones y el pavimentado aparte) no son pocos, los que se suman al incuestionado deporte de exigir ¡Un Respeto! para los que opten por el “derecho a decidir”. Respeto que es olvidado al coro de ¡Populista! (aunque insisto, nadie tenga la decencia de definir el término), con todos aquellos que declaren una posición crítica, ya no, del “derecho a decidir”, así, en abstracto, como lo quieren colar. Sí no más bien, (y emulando el pasteleo nacionalista con las palabras) a la interpretación de un supuesto derecho para decidir
unilateralmente sobre un tema muy específico en unos términos muy concretos. Respeto, con el que
realmente “en el fondo, se está advirtiendo de forma autoritaria, sin necesidad de argumentar ni
convencer, que la opinión contraria es equivocada y que la propia es un dogma irrebatible”  Francesc De Carreras.

Por eso, no es de extrañar que en Cataluña existan máximas como aquella que algunos hemos
“degustado” más de una vez, que irrumpen cuando la agotada paciencia del hombre o la mujer
“tolerante” se solidifica en ese último recurso de la “argumentación” y revela lo que para algunos,
es la única verdad incuestionable; a saber: “¡I si no t´agrada...ja saps!”. Que para los foráneos
vendría a significar, “¡Y si no te gusta! (o sea, si no estás de acuerdo)…ya sabes (o sea; ¡Vete!)” Me
pregunto; ¿Se puede tener con una región, un sentido más acusado y autoritario de la propiedad?
Lamentablemente, la evidencia demuestra que sí se puede, ya que fue ese mismo sentido de la
propiedad, el que llevó al “actual presidente de la Generalitat, Artur Mas, en un debate, (a decirle) a
un rival político, Rivera, parlamentario como él, que hablaba en castellano, la lengua de la mayor
parte de los catalanes: “Mire si somos tolerantes los catalanes que le dejamos a usted hablar en
castellano” (Félix Ovejero)

Por eso, más allá de las opiniones personales (a favor o en contra) y volviendo sobre el tema
“Cataluña es un país”, si en los términos de una conversación, aceptamos esa inopinada “verdad”
como la base en la que se apoyaran los siguientes argumentos, ya podemos dar por terminada la
discusión, porque es un callejón sin salida. Es obvio que discutir sobre la base de los deseos o las
fantasías ajenas, es inconducente. Pero si los deseos fueran una materia incuestionable (aunque
desde luego, esto habría que matizarlo) una persona, legítimamente, puede desear, que Cataluña sea
un país, una nación, un estado independiente o un imperio intergaláctico, lo mismo da. Pero en
cualquier caso; primero, esto no constituye per se ningún argumento. Y segundo, tampoco
constituye una realidad.

Por eso no estaría de más tener presente la puntualización que hiciera Ronald Barthes con respecto
a la legítima posibilidad, en este caso, frente a un entrevistador mal intencionado, de rechazar los
términos de una pregunta. Así, ampliando el mismo razonamiento, sería igual de lícito, rechazar los
términos de una argumentación. Sobre todo, si parten de una ontología distorsionada. (Por cierto, y
pidiendo disculpas anticipadas por el exabrupto; cuando hablamos de País o Nación todos sabemos
de qué está hablando el nacionalismo. Así que por favor, para contra argumentar, ahorrémonos las
memeces contra factuales que apelan al diccionario.)

Insisto, cuando uno acepta comenzar una discusión donde previamente ya está establecida una
verdad general e incuestionable (“Cataluña es una país”), tácitamente, ya ha aceptado todas las
consideraciones posteriores, como es el caso, por ejemplo, de la insalvable posición del PSC y de
ICV (No se puede usar el lenguaje nacionalista a conveniencia) Es que sería como aceptar que Jesús
convirtió el agua en vino, pero negarse después a aceptar que María fue virgen. Si se reconoce un
milagro (y se usa como argumento) por definición, se los reconoce a todos.

“En todas las culturas, la ética de la reciprocidad nos exige que tratemos a los demás como
deseamos ser tratados. (...) La conciencia estructura nuestra identidad separando a aquellos que
merecen nuestra preocupación de los “Otros”, los “ajenos” que quedan excluidos del manto
protector de nuestra comunidad. Nuestra identidad moral, nos lleva a formularnos la siguiente
pregunta; ¿Soy el tipo de persona capaz de hacerle eso a esa otra persona?”. Escribió la
historiadora Claudia Koonz. El libro se llama La conciencia nazi. Y como hemos visto, no son
necesarias las pánfilas descalificaciones que apelan a regímenes totalitarios o asesinos de masas,
para comprobar que en Cataluña, desde el relato nacionalista (y no desde el pragmático, sino el
étnico. O sea, el de verdad) a todas horas y sin levantar demasiada polvareda, se excluye
diariamente a un sinnúmero de conciudadanos.

Por contra parte, algunos refiriéndose a ese segmento mayoritario de la ciudadanía catalana,
gustan hablar de “las mayorías silenciosas”. Ahora bien (y aunque me desvié un poco del tema) el
adjetivo silencioso, aplicado a las mayorías, parecería implicar dos cosas; la primera, una amenaza.
Y la segunda; una tacita voluntad de las mayorías, que vendría más o menos a decir: ¡Cuidado!
porque cuando las mayorías se decidan hablar... Me permito discrepar. Las mayorías no están
silenciosas. Las mayorías están silenciadas, que no es lo mismo. Si un grupo de ciudadanos
mayoritario está débilmente representado, tanto en el parlamento, como en todos los niveles de
poder de una sociedad,como ya veremos, hablar del silencio, como si fuera voluntario, además de
una gran torpeza argumentativa, desarticula la posibilidad de cualquier movimiento. Si el silencio es
voluntario, fue elegido. Y si fue elegido, no hay más nada que hablar. El pueblo decidió. (¡Sí! Y
sigue estando solo, no representado y en pelotas...)

Ahora sí, algunos ejemplos de “pluralidad” institucional y empresarial. Cualquiera que preste
atención a los apellidos de los que en Cataluña “detentan” cargos públicos, sociales, y culturales,
puede observar, cómo, el ciudadano catalán, que como ya hemos visto, según todos los datos
estadísticos, también debería llamarse “José García Fernández”, está débilmente representado, o
dicho de otro modo, prácticamente excluido. Así que, a partir de ésta observación, les propongo que
hagamos un pequeño ejercicio, que aunque carente de toda rigurosidad sociológica, quizás, nos
pueda dar una pequeña pista de quiénes son, en parte, ese "Poble” que quieren decidir su futuro.
Veamos qué sucede si observamos un poco más de cerca, la composición demográfica en algunas de

Quisiera aclarar, antes que nada, que no se trata aquí de poner en duda, en ninguno de los caso, la
idoneidad para el ejercicio del cargo de las personas antes citadas. De lo que se trata, a partir de una
primera observación, es de plantearnos una pregunta; ¿Será posible que no haya en toda Cataluña,
ningún Sr “José García Fernández” poseedor de la suficiente idoneidad para dirigir, pongamos por
caso, el Teatre Nacional? (Por cierto, el nombre José no está elegido al azar, ya que al igual que
María, son los nombres más comunes en Cataluña y en todo el Estado español)

Quizás, lo que inicialmente podríamos observar, es la homogénea composición étnica. Una
mayoritaria uniformidad, que delirios conspirativos aparte (¡Dios no lo permita!) podríamos
interpretar, como la materialización “Avant la lettre” de la obsesión “Puyolista”, que en 1990, tan
puntillosamente describió José Antich: “Obsesión por inculcar el sentimiento nacionalista en la
sociedad catalana, propiciando un férreo control en casi todos sus ámbitos (...), la infiltración de
elementos nacionalistas en puestos clave de los medios de comunicación y de los sistemas
financiero y educativo. (..) Para cumplir sus objetivos, los ponentes no ocultan la necesidad de
controlar a los educadores para que cumplan lo estipulado en la doctrina nacionalista. Se aboga, así,
por "vigilar la composición de los tribunales de oposición" para todo el profesorado. Asimismo, se
alienta a "reorganizar el cuerpo de inspectores de forma que vigilen la correcta cumplimentación de
la normativa sobre la catalanización de la enseñanza". También se considera necesario "incidir en
las asociaciones de padres” Y sigue...

Insisto, y soy consciente de que para a muchos será una pregunta de lo más repelente:  a
todos aquellos que se consideran herederos de una tradición de raíz igualitaria, social demócrata,
jacobina, de izquierdas, republicana, o como quieran llamarle; ¿no les hace un “poco” de
ruido esa sospechosa homogeneidad, que (nuevamente) en los “catalanes de pura cepa” encuentra
la representación empírica más ajustada?

Otros ejemplos. Si “El Estatuto de Catalunya (según la Secretaria per a la inmigració) establece
que el catalán es la lengua oficial de Cataluña, junto con el castellano, que es oficial en todo el
Estado español. El conocimiento del catalán es un deber y su uso, un derecho de los ciudadanos, al
igual que sucede con el castellano” ¿Por qué (según la Generalitat) la supuesta visión que tiene un
supuesto extranjero de las virtudes prácticas del uso del catalán, son éstas?: “al principio pensaba
que hablando castellano ya era suficiente. (Tengamos en cuenta que un párrafo más arriba, le hacen
decir al Sr extranjero “Pues antes de venir no sabía que aquí se hablaba catalán”) “Pero luego vi
que mis amigos que entendían el catalán lo tenían más fácil a la hora de encontrar trabajo, entender
los trámites de la Administración o, incluso, alquilar un piso.”

A pesar del “patriótico entusiasmo” que demuestra este nuevo ciudadano, que el uso de una lengua
concreta previamente establecida como un requisito (en este caso por el Gobierno catalán) se
convierta en un condicionante a la hora de “encontrar trabajo, entender los trámites de la
Administración o, incluso, alquilar un piso” existiendo otra lengua oficial. Llámenme loco, pero si
no estuviésemos todos tan amedrentados con eso de que nos llamen fachas, esto (¡ustedes me disculparán!), se parecería muchísimo a una discriminación. Dicho con otras palabras “Resulta que la gigantesca operación de ingeniería social no se fundamenta en necesidades comunicativas –que son las propias a que atienden las lenguas- sino en necesidades exclusivamente simbólicas o identitarias” (José María Ruiz Soroa)

Otra consideración “lateral”, que para los “locales” seguramente sea obvia e irrelevante. Pero para
alguien como yo, que hace apenas trece años que vive en España y que viene de un país donde los
escritores, aunque poco leídos, son un “objeto” indispensable para el relato de la construcción
nacional, no ha dejado de sorprenderme, ver, cómo escritores de la talla de Carlos Barral, Alfonso
Costafreda, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Juan Marsé o Ana María Matute (por
nombrar sólo algunos de la generación del 50 y dejando las consideraciones individuales aparte)
nacidos en Cataluña, que hasta donde alcanzo a comprender, es un hecho que los convierte en
catalanes, sin embargo, no figuran en ninguna de las “fotos” oficiales. Ni en actos, ni recordatorios,
ni en ningún lugar que los reconozca como escritores dignos de esa caracterización. Lo que
verdaderamente sorprende, es que ante ésta clara evidencia de discriminación por el idioma -dudo
que sea por otra cosa- este hecho, en Cataluña, ya no sorprende a nadie.
Para que nos entendamos. Sería tan absurdo, como pensar que en Irlanda hubiesen desterrado a
Samuel Beckett de todas las consideraciones oficiales, por el hecho de haber escrito lo mejor de su
obra en francés. ¿A que suena ridículo? Pues bueno, así estamos por aquí…

A modo de conclusión. La casquería ideológica que suele utilizarse como argumento legitimador
para construir una supuesta conciencia nacional, que reza (aunque sea de forma tácita) "Lo mío es
lo mejor, porque es lo mío", además de ser una falta de curiosidad imperdonable, destruye la
posibilidad de cualquier tipo de argumentación con pretensiones de seriedad, y envilece, o lo que es
peor, ridiculiza a la persona que la exhibe. Es así, como el argumento que vertebra a la idea de una
posible nación que suelen esgrimir los nacionalistas catalanes, tiene un aire de familia, a la idea con
la que Rafael Sánchez Ferlosio ,guía espiritual de muchos de nosotros, ironizaba sobre la
existencia de Dios: "La existencia de Dios es como la calidad de aquella pasta de dientes
norteamericana cuyo eslogan publicitario era "¡Tres millones de americanos no pueden estar
equivocados!" En efecto, un dios con tres millones de creyentes no tiene más remedio que existir; y
si son muy fanáticos, con menos” Y así, basada en una idea circular de un deseo incuestionable que
se repite como un mantra monocorde: “Una nación es un conjunto de individuos que quieren ser una nación” se crea una pátina de verdad argumental que recuerda más a un dogma que a un
razonamiento, del cual es muy difícil “salir”. (“Una nación es un conjunto de individuos que
quieren ser una nación” ¡Ok! ¿Pero qué es una nación? “Un conjunto de individuos que quieren ser
una nación”. ¡Ya! ¿Pero qué es una nación? Y así. ¿No resuena un poco al cuento de la buena pipa?)

Por otra parte, el Sr Oriol Junqueras  que parece haber incorporado aquella máxima de Juan
Domingo Perón que decía; “Si vamos con los mejores, vamos con muy pocos”, últimamente ha
renacido pragmático, y ha dejado muy claro, en qué punto “estamos”; “Yo creo que no estamos
debatiendo sobre sentimiento y ni sobre emociones, sino que debatimos sobre una cuestión racional,
que es el futuro de nuestra economía, de nuestros impuestos, de nuestras infraestructuras, de
nuestras escuelas, de nuestros hospitales”.

O sea; ¿Quiere decir que todo ese “rollo” de la lengua y la identidad, ya no corre más? O sea
¿ahora sólo vamos hablar de la “pela”? Una "lástima", el argumento identitario, sin bien era muy
endeble desde el punto de vista argumental, era bastante menos antipático que el nuevo. Por lo
menos, aquel recordaba un poco a Hölderlin, ("Morir inútilmente me horroriza; / pero sí caer en el
altar de la patria") Este, sin embargo, sólo recuerda a un pragmático individualismo.

Ahora, lo “cierto” es que; ¿Qué tipo de identidad compartida (En el caso de que fuesen “catalanes
de pura cepa”) podrían tener, pongamos por caso, un muchacho de la High Society Barcelonesa que
estudió Económicas en Yale, un pagés de Tarragona, y una chavala que trabaja en un McDonalds de
Lleida? ¿La lengua? ¿La cultura? ¿El que nacimos por aquí? No lo parece. Desde luego, cabe aclarar, que una buena argumentación contra la idea de una identidad étnica o cultural, no es tan simple, justamente por eso, a estas alturas parece bastante obvio, que a los nacionalistas catalanes se les ha hecho muy cuesta arriba colar la identidad como un argumento que vertebre la idea de una posible Nación. Con ese argumento, resulta muy evidente que van a dejar a la mayoría afuera del tinglado.Con el de la pasta, no.

En definitiva. Soy de los que cree que sería deseable una educación al cincuenta por ciento
compartida con el castellano. Pero el tema de la lengua no me quita el sueño. El idioma es un
instrumento. El inglés que utilizó, pongamos por caso Walt Whitman para escribir Hojas de hierba,
es el mismo, que desde su periódico The Dearborn Independent, utilizó Henry Ford, para rebelarse,
abierta y reiteradamente antisemita. Esto no es una cuestión de lenguas.

Lo que verdaderamente me preocupa, es que un niño pueda crecer no sólo con la sensación de que ser catalán, es lo “Fetén” y en consecuencia, los demás son todos unos mequetrefes (O unos
mangantes” que se pasan todo el día en el bar con el dinero de los catalanes”).
O sea, me preocupa que pueda crecer con la idea de que somos los más altos, los más guapos, los más ricos, los más inteligentes, los más europeos, los más cosmopolitas, los más cultos, los más
creativos. Lo más de lo más. En definitiva, me quita el sueño el inquebrantable adoctrinamiento con
el idioma de excusa, que como funciona por contraste, necesita establecer diariamente, desde los
medios de comunicación públicos y privados, que somos los mejores de este fangal que es España.
Y que por eso, tenemos derecho a irnos.

Así que, si fuera cierto aquello de que “Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad,
es una historia de luchas de clases” (Marx/Engels) Quizás, frente a la realidad que representan los
datos demográficos y lingüísticos de Cataluña, que de no ser relevantes en términos de
desigualdades sociales, cabría esperar, como mínimo, que fuesen “un poco” menos homogéneos,
podríamos preguntarnos (herederos de una tradición de raíz igualitaria, social demócrata, jacobina,
republicana, de izquierdas, o como carajo quieran llamarle) y antes de decidir nada...
¿Quiénes son los dueños de la tierra? Y, ¿por qué...?

(Cualquier idea desarrollada, original y razonable, utilizada para la argumentación de este escrito, búsquese en Los dueños de la tierra. David Viñas. Contra Cromagnon  y La trama estéril. Félix Ovejero. Naciones y nacionalismo. Eric Hobsbawm. Nacionalismo y política lingüística: El caso de Cataluña. Thomas Jeffrey Miley.La conciencia nazi Claudia Koonz. El milagro cambiado. José María Ruiz Soroa  De Salamanca a Barcelona Miguel de Unamuno. Vendrán más años malos y nos harán más ciegos Rafael Sánchez Ferlosio“¿Que nadie se equivoque?" Francesc De Carreras. “El Gobierno catalán debate un documento que propugna la infiltración nacionalista en todos los ámbitos sociales” José Antich.  Los logócratas. George Steiner.  El manifiesto comunista K. Marx & F. Engels)

Sergio de Simeone

4 comentarios:

  1. Muy buen artículo, sí señor. Me lo copio y me lo imprimo. Enhorabuena por esta luz que muchos no ven en Cataluña "ofegats amb la caverna, la seva".

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  2. Según la constitución española, saber castellano es una obligación y su uso un derecho. Pero saber catalán no es una obligación, es un derecho, y su uso no es un derecho. El Constitucional suprimió la parte que indicas ya que consideró que iba en contra de la igualdad entre españoles que algunos tubieran más derechos que otros. O sea que igualdad es que sólo sea obligatorio saber una de las dos lenguas de Cataluña y el uso de la otra no sea un derecho.

    No entiendo que uno se alarme de que sea más fácil encontrar trabajo sabiendo más lenguas. Rectifico. Lo que realmente llama la atención que no le moleste que sea más fácil encontrar trabajo sabiendo inglés pero que piense que en Cataluña saber atender en catalán a los clientes no debería suponer ningún beneficio en la contratación.

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  3. Perdóneme, Sr Anónimo, pero lamentablemente para los dos, no entiendo una sola palabra de su argumentación...Me haría el generoso favor, si es tan amable, de ser un poco mas “concreto”.
    Muchísimas gracias!

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