martes, 19 de noviembre de 2013

Y Dios no permitió... 1705, el pacto de Génova

La mitificación del 11 de septiembre de 1714 como hito en la historia de Cataluña y jornada emblemática de la pérdida de un pasado constitucional frente a una monarquía absolutista, nació con la Reinaixença durante la segunda mitad del siglo XIX. De mano de autores como Antoni de Bofarull i Brocà o Víctor Balaguer, dentro de la corriente romántico-liberal imperante en Europa, un grupo de historiadores y políticos catalanes construyeron un pasado basado en una supuesta Corona de Aragón sorprendentemente protodemocrática para los parámetros del Antiguo Régimen en contraposición a una Castilla, sostén de una monarquía española  absolutista, retrógrada e intolerante sobre todo en el período borbónico. Sin pretender en este artículo refutar hipótesis desmotadas académicamente ya hace decenios, creemos conveniente recordar las razones de la conversión del 11 de septiembre en Diada Nacional de Cataluña, y el porqué se condena al olvido fechas que, por su peso histórico, tienen más visos de ser un factor desencadenante en el proceso de desmantelación del sistema pactista en la antigua Corona de Aragón que la caída de Barcelona en 1714.
            A finales del siglo XIX, el pujante nacionalismo catalán necesitó de referentes históricos con el que sostener su proyecto de construcción nacional. El 11 de septiembre de 1891, un pequeño grupo de simpatizantes de la Unió Catalanista organizó el primer acto ante la estatua del Conseller en Cap Rafael de Casanovas. Con los años, esta celebración se convirtió en tradición. Pese a todo, la elección de la fecha tuvo insignes detractores dentro del catalanismo político. Prat de la Riba la consideraba símbolo de la decadencia nacional y Pere Coromines, desde un plano más izquierdista, se negaba a mitificar la defensa de un modelo político monárquico, sea borbónico o austriaco.
            De hecho, presentar el 11 de septiembre como Diada Nacional tenía una serie de imputs muy interesantes para un proyecto de construcción nacional como el catalán. A diferencia del francés o del español, carecía de Estado, por tanto, le resultaba positivo  inculcar la idea de la existencia de un pasado nacional que feneció por las armas. La estatua de Casanovas le da un barniz heroico al momento y al celebrar una derrota, de hecho, se advierte a la otra parte que el partido no ha acabado. Este nacionalismo, supuestamente derrotista, no es único, por ejemplo, uno de los referentes históricos del nacionalismo serbio es la batalla de Kosovo, perdida ante los otomanos en 1389.
            El dilema surge cuando nos preguntamos si realmente la fecha de la Diada fue determinante en el fin de 500 años de pactismo catalán o por el contrario, tal vez otra u otras puedan ser mejores candidatas como factor desencadenante del proceso.
A nuestro entender, el 11 de septiembre de 1714  las Constituciones catalanas ya estaban heridas de muerte desde hacía 9 años. En contra de lo popularmente  aceptado, Felipe V de Borbón, rey de España desde 1700, pese a ser nieto de Luís XIV, no impuso a su llegada a España el sistema absolutista de su abuelo, todo lo contrario, el 4 de octubre de 1701, el rey, recién llegado a Barcelona juró las constituciones y abrió Cortes, las primeras que se cerrarían en más de 100 años.
            Resultado de las mismas fueron las Constituciones de 1702, que en palabras del austriacista Feliu de la Penya, “las más favorables que había conseguido esta provincia”. Cabe recordar, que no sólo el rey se juramentó, también las Cortes Catalanas e instituciones desde el Consejo de Ciento a la Paheria de Lérida juraron fidelidad al rey, ligando soberano y autoridades locales en un pacto contractual que comprometía al primero a preservar las leyes pactadas y a los segundos a aceptar la soberanía del rey.



Dicho pacto se rompió, y no por Felipe de Anjou. Al poco de finalizar las Cortes, con la guerra por la Sucesión del trono ya en marcha,  el rey embarcó para Italia con intención de consolidar sus nuevos reinos en aquel territorio. Mientras tanto, en Cataluña empezaba a tomar forma un grupo rebelde que apoyaba al Candidato austriaco a la corona. Por aquellas fechas, la guerra en Europa había estallado, por un lado los Borbones y Bávaros, y por el otro Austria, Inglaterra, Holanda y Portugal. A medida que el conflicto se iba decantando por el bando aliado, el partido austriacista catalán o “vigatans” iba cogiendo fuerza, hasta el punto que en 1705, después de varios contactos con el gobierno inglés mediante un comerciante de aguardiente, sir Mitford Crow, decidieron ir un paso más allá y enviar a un noble, don Antonio Peguera y Aymerich, y a un abogado del doctor Domingo Perera a la ciudad de Génova para negociar en secreto con el plenipotenciario inglés la entrada del Principado en guerra del lado aliado.
Cabe recalcar que las credenciales presentadas en dicho acto por ambos interlocutores no eran de ninguna institución ni órgano de gobierno catalán, sino de un reducido grupo de nobles rebeldes.
El 20 de junio de 1705, se rubricó el pacto en que los “vigatans” se comprometían a alzar el país en armas, ofrecer alojamientos acargo de los naturales y facilitar el desembarco de tropas aliadas a cambio de tropas, dinero, armas y la conservación de las Constituciones aún en el caso de ser derrotados (los artículos 11 y 14 se refieren a los alojamientos. El sexto al compromiso inglés de apoyo a la conservación de leyes y privilegios aún se pierda la guerra).
Sin duda, los representantes “vigatans” sabían que al rebelarse, la posible derrota permitiría al rey la anulación de las Constituciones por delito de lesa majestad, motivo por el que muchos nobles catalanes se mostrarían reticentes  a dar el paso. De ahí el insólito 6º artículo en que se exige a la reina Ana de Inglaterra la defensa de los privilegios “aún sucedieren ad versos e  imprevenibles sucesos en las armas”. El representante inglés, tuvo la habilidad de introducir en el citado artículo del pacto, la coletilla “siempre y cuando Dios lo permita”, ya que como resulta evidente, en caso de perder la guerra las condiciones las marca el vencedor.
Con esta maniobra, Inglaterra conseguía abrir un nuevo frente justo en el corazón de los dominios borbónicos y Cataluña, hasta aquella fecha en paz, se convertía en uno de los teatros más duros de la guerra, sin ejército regular propio, y rodeados por la mayor potencia terrestre de su tiempo.
Los rebeldes cumplieron su parte. Con Cataluña libre de tropas reales, y de la mano del antiguo virrey, el príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt, se repartieron patentes de Coronel a unos pocos conjurados. Estos, apelando ilegalmente al Usatge Princeps Namque” levantaron somatenes en sus demarcaciones. El plan era ir de pueblo en pueblo, sumando gente armada, antes de caer sobre las ciudades con potestad de levantar Coronelas o regimientos locales. Fue un paseo militar. Uno a uno, los pueblos del interior fueron cayendo. En el caso de Lérida, el príncipe envió a Pedro Freixas, un capitán veterano de Gibraltar, que entregó patentes de Coronel al Ciudadano Honrado Miguel Subies de Tárrega y a Manuel Desvalls i de Vergós, hermano del señor del Poal. Los cincuenta hombres alzados inicialmente, pasaron a dos millares cuando se presentaron ante Cervera el 6 de septiembre de 1705. Al negarse a abjurar de Felipe y prestar fidelidad a Carlos, la discusión acabó a tiros, capitulando la capital de la Segarra al día siguiente. El 23 de septiembre Lérida, poseedora de una de las pocas fortalezas modernas de Cataluña, se rindió sin combatir. En este caso existía una guarnición real de tan solo 60 soldados. Por aquel entonces hacía un mes que un ejército aliado había desembarcado en Barcelona, la única con guarnición digna de ese nombre, sometiéndola a asedio con el apoyo de los “vigatans”. Sin apoyos, el virrey Velasco capituló ante los austriacistas el 22 de octubre, incluyendo en las capitulaciones que se respetaran las leyes del principado y las Constituciones de 1702 (véase el capítulo XXVI de las capitulaciones de Barcelona de 1705).



A finales de 1705, el alzamiento militar había sido un éxito: las instituciones estaban en poder de los rebeldes; los catalanes afines de Felipe, expulsados o acallados; Carlos III, entronizado en Barcelona, pero pronto la guerra azotó el Principado con inusitada virulencia. Al incluir los alojamientos en los tratados de Génova, el campo catalán fue saqueado sistemáticamente por soldados regulares de ambos bandos y, sobre todo, por tropas irregulares o migueletes. Al confiar la defensa a tropas regulares aliadas, las instituciones rebeldes descuidaron la formación de tropa reglada, muy cara de mantener, optando por la baratísima tropa irregular, útil en guerrilla pero  inservible para combate abierto o para integrarse en un ejército en campaña.
 Confiar la defensa territorial a los migueletes condenó a un auténtico expolio a las comunidades campesinas de la Cataluña interior. Por otra parte, el fracaso al crear en 1706 un autentico ejército de campaña que aglutinara los territorios de la Corona de Aragón, tuvo un peso considerable en la derrota de Almansa. En esa batalla, la más decisiva de la Guerra, mientras que 59 de los 81 escuadrones de caballería y 18 de los 48 batallones de infantería borbónicos eran españoles, los aliados no pudieron presentar ninguno que no fuera portugués, ingles, holandés o de hugonotes franceses.
A medida que el conflicto se fue alargando, poco a poco, y sobre todo en la Península, la suerte de las armas fue favoreciendo a la causa de las Dos Coronas. Con la muerte del emperador de Austria en 1711, la coalición aliada se fue disolviendo, empezando las  partes a plantearse una paz negociada. En el resto de frentes, la ventaja era de los aliados y gracias a ellos pudieron negociar en Utrech condiciones favorables, repartiéndose los dominios españoles en Europa extrapeninsulares incluyendo en el reparto Gibraltar y Menorca.



Aún en la victoria, los aliados no respetaron el capítulo 6º del Pacto de Génova. Inglaterra abandonó la guerra una vez firmó una paz ventajosa dejando a sus aliados catalanes en la estacada. Al triunfar los “vigatans” en el alzamiento militar de 1705 rubricado en Génova, al apoderarse de las instituciones catalanas, al excluir a la casa de Borbón del trono de España y derogar las Constituciones de 1702 en las Cortes  1706, sellaron su destino.
 Habían roto el pacto, los “fidelissims diputats” habían traicionado a un rey jurado en Cortes, para luego pretender obligar al rey por la fuerza de las armas a mantener unas Constituciones que ellos mismos habían repudiado. Y eso involucrándose en una guerra en clara situación de inferioridad geoestratégica que dejó baldío el Principado, con unos aliados que desde el primer momento se mostraron poco de fiar, a cambio de promesas vanas y ventajas de dudosa aplicación.



El 11 de septiembre de 1714, como colmo de la ironía, el Consejo de Ciento decidió confiar la última defensa a la Virgen de la Merced nombrándola General Comandante de sus tropas en un desesperado intento de invocar a Dios para la salvación de la Plaza. Como era de esperar, Dios no intervino y no permitió que los ingleses evitaran que sucediera “el adverso” y “prevenible” suceso de armas Peguera y Perera habían temido.



Óscar Uceda Márquez

6 comentarios:

  1. Enhorabuena por esta sintética exposición de las visicitudes por las que pasó la relación de Felipe IV con las instituciones catalanas. Me parece muy necesario recordar que la oposición "de Cataluña" a Felipe no fue consecuencia de una decisión de las instituciones catalanas, sino de una revuelta en la que Barcelona tuvo que ser tomada por la fuerza tras un bombardeo desde el castillo de Montjuic que perjudicó gravemente a la población civil.

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  2. Gracias Rafael. Siguiendo con tus aportaciones sobre el asedio de 1706, más adelante recuperaremos la figura del Conseller en Cap Francesc de Nicolau i Sant Joan, el único de ese cargo muerto en acto de servicio durante la Guerra de Sucesión. Cayendo herido de muerte por una bala rebelde en el campanario de la catedral de Barcelona.

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  3. muy instructivo y necesario. Lástima q q en el born se pasan la historia por el arco del triunfo en beneficio de sus intereses identitarios.
    .....

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  4. Gracias por tu comentario Josechu. Ciertamente lo del Born, así como la campaña "Viurem Lliures" forma parte de un pre-cocinado que pretende transmitir un pasado idílico que poco tiene que ver con la realidad. Pensando más en el proyecto de Estado que en contar lo que pasó. Ahora se pretende cambiar la historia del mundo, nos pensábamos que la edad contemporánea empezó en la Bastilla, y resulta que fue en el Born. No quiero adelantar en exceso el contenido de mi próximo articulo, en breve te daré mi visión al respecto.

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  5. ESTO ES UN BURDO PLANFLETO ANTICATALANISTA

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  6. No hay mayor desprecio que el NO-APRECIO, aquí se opina con la cara vista y dando el nombre, no para poner en tela de juicio una historia parapetándose en la ¿seguridad? de un anonimato. No soy nadie en esta página sólo un seguidor, pero me atrevo, desde unas páginas que no son mías, a retarte a que expongas tus motivos y razones (debidamente documentadas) para acusarlo de burdo panfleto.

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